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En
algún momento hay que comenzar el viaje. Partir es la única certeza de
poder arribar al puerto de destino. El poeta griego Konstantino Kavafis
aconsejaba,
en su poema “Ítaca”, que “cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca / debes
rogar que el viaje sea largo, / lleno de peripecias, lleno de experiencias.”
Juan Terneus, con su bajo Fender a cuestas, tiene ese aire helénico de los
viajantes. En su caso, el viento que hinchió las velas de su nave personal
fue Miles Davis y las escalas de Kind
of blue. Desde entonces, escuchar las líneas del bajo, en medio de la
madeja de acordes del blues, fue su motor, su aliento. Como Ulises, el
héroe griego, supo que lo importante de la Guerra de Troya no era el llanto
de Aquiles, sino el gozo de saberse vivos en el retorno.
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El blues nace de la tristeza, pero, al final, debe transmitirte la alegría de la vida. ¿Cómo se logra ese equilibrio?
“El
cliché es ese, que el blues nace de la tristeza. La verdad es que no. El blues
era el gozo de la vida y de la libertad de toda una generación que se
manifiesta a través de la nostalgia. Pero era la fuerza de estar vivos, era la
fuerza de amar. Nunca he visto al blues como sinónimo de tristeza. Sí hay momentos
tristes, como en la vida, pero era una manera creativa de expresar altura en la
existencia. Bien pudo el pueblo negro clamar por venganza y decir: «Ahora que
somos libres, nos vengaremos de estos que nos tuvieron esclavizados durante
tanto tiempo». Pero no hubo eso. El blues era un modo creativo de burlarse de
sus empleadores blancos, tan elegantemente que los aludidos no se daban cuenta.”
¿Qué tendría que aportar un ecuatoriano al blues?
“Todo
el mundo tiene algo que aportar. Yo creo en la identidad global. Nosotros
tenemos una vertiente propia que es el pasillo. El blues, el pasillo, el bolero
cubano, el fado portugués, tienen muchísimo que ver, son como primos hermanos.
Cada colectividad tiene su expresión de nostalgia, su manera profunda de
contarla. Ese creo que es el vínculo.”
¿Qué significó, entonces, el blues en tu vida?
“Hubo
un ejercicio de búsqueda, de saber para qué vine a la vida. Para mí fue una
validación en lo personal. Yo me fui de aquí con 37 años y no había hecho
nada., solo tocar el bajo. Mi mamá decía: «Pobre de mi hijo. Me salió bohemio,
vago». Entonces dije: «Me voy, pues». Allá me dije: «Veamos si soy alguien».
Aquí era famoso con la Hot Choclo Blues Band. «Veamos si alguien me para bola o
me sacan de una patada. Si me sacan de una patada, regreso y me pongo a
trabajar en un banco, dejo la jugada, pero no sin dar la pelea.» El blues fue
la banda sonora de esa búsqueda, fue lo que resonó dentro de mí. Alguien hablaba
o pensaba igual que yo… y hallé esa identidad.”
¿Y cómo sobreviviste?
“Cuando
estás en una condición extrema, siempre hay alguien que te salva. En esa época,
unos ecuatorianos, otavaleños, que vendían artesanías en Union Square, me
vieron cara de compatriota y, solidarios, me pusieron a vender, me dieron un
sitio de ventas.”
Si fueras el Leonard Chess de estos tiempos, ¿a quién grabarías para compilar lo mejor del blues ecuatoriano?
“A
los que están haciendo algo ahora. A Napolitano; a Jaime Guevara, con quien hice un proyecto
buenísimo. Hay algunas bandas nuevas que me interesan mucho. Ahora encontré una
explosión de buenos músicos. Toco con dos profesores de la UDLA, José Nicolalde
y Nicolás Pachano, músicos de otra generación, que están arriba. La Universidad
San Francisco de Quito también ha producido buenos músicos. Es una explosión
cuantitativa. Veamos de ahí, cualitativamente, en el futuro, quién sale.”
De entre los mejores, ¿con quiénes tocarías?
“Hay
que soñar, pero con los pies en la tierra. Hay que soñar, pero al máximo de tu
realidad. Por ejemplo, jazzistas actuales que han estado aquí, como Paquito
D’Rivera, tendrían que escogerme para tocar con ellos. Yo creo que no podría.
Soy un bajista de blues, adoro el jazz, pero me quedé en Chicago.”
Sonríe y se coloca, discreto, agradecido, en el encanto de la segunda fila. Habrá que seguir su huella en alguna jam session de El pobre diablo o La liebre. El viaje no termina. Juan Terneus tiene un bajo, la nostalgia del blues y escucha, cada día, a Miles Davis. No se necesita nada más para que el viento despliegue y bendiga las velas de su nave personal. Resuena, siempre, la voz del poeta Kavafis: “con tanta experiencia, / sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”
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