domingo, 6 de abril de 2014

Un reto en las aulas: uso de las TIC

María Fernanda Veloz, facilitadora del área tecnológica, convive con la realidad del uso de las nuevas tecnologías en la educación. Por eso, logra identificar cuatro áreas en las que deben trabajar los profesores del Colegio Menor San Francisco de Quito y, por extensión, casi todos los docentes del país:

El temor a lo desconocido:


“Cuando hablas de tecnología con los educadores, siempre existe un nivel alto de desconfianza. Es normal sentir cierta aprehensión hacia aquello que no se domina. Aunque tienen buena predisposición, la mayoría de los docentes en activo no conoce los actuales requerimientos mundiales en materia educativa ni están familiarizados con el empleo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Esto produce un desfase entre lo que la sociedad necesita y lo que la academia ofrece como producto. Es decir, los graduados de los colegios ecuatorianos no dominan todas las herramientas. Pero, lo más preocupante es que todavía no piensan ni se apropian del mundo desde el uso eficiente de los avances tecnológicos. Tampoco lo hacen sus profesores".

Poco tiempo para la validación

“La realidad del mundo tecnológico y de las comunicaciones está marcada por el carácter casi efímero de los programas y aplicaciones. Esto demanda una constante actualización. Muchos investigadores se preguntan si esa competencia entre el llamado mundo real y las instituciones educativas tiene sentido. Por su propia naturaleza, para la educación formal resulta complicado seguir el ritmo cambiante de lo que acontece en cuanto a tecnologías. La actualización de la información y su circulación mediática superan con creces al más avispado de los profesores, al más flexible de los currículos. Ahora, por ejemplo, la mayoría de tabletas y teléfonos han incorporado el sistema operativo Android, pero, para cuando descubramos todas las potencialidades del mismo, es muy probable que ya haya otro sistema. Las demandas de la rutina de trabajo de un profesor o una profesora restan tiempo al intento de dominar lo que se hace o se usa en el universo de las TIC.”


Excesivo triunfalismo o marcado pesimismo


“Cuando converso con los profesores, siempre aparece como denominador común que los estudiantes ahora poseen excelentes destrezas en el manejo de las herramientas digitales. Pero, acto seguido, señalan que la mayor falencia es el escaso nivel de lectura crítica de su entorno. Entre los docentes y directivos que son fanáticos de la tecnología, a veces, términos como Internet, educación y futuro suelen usarse como sinónimos, como si solo los aparatos vinieran a resolver los problemas educacionales. En el otro extremo, hay docentes muy críticos y recelosos. Ellos señalan que se diluye el pensamiento propio cuando el paradigma es el del estudiante solitario, porque no hay con quién contrastar, con quien dialogar, no importa si los interlocutores están en el mismo salón de clases o en un aula virtual.”



Cambio del modelo pedagógico




“Cuando se piensa en educación, no existen los milagros. Las TIC tienen ventajas y desventajas, pero, sin resistencias estériles, hay que reconocer que nunca antes, ni docentes ni estudiantes, lograron tal nivel de dominio de las palabras, de los saberes, de las imágenes y los sonidos en productos con audiencia real. Hay que laborar en el destierro de la imagen del joven o el niño huraño que pasaba horas frente a su computadora. Debemos crear estudiantes animados, integrados a un universo de interacciones, felices por concretar sus proyectos por senderos nunca imaginados. Pero se precisa el compromiso de cambiar el paradigma, no únicamente los soportes, para no servir un vino viejo en copas nuevas. Tampoco está de más guardar el excesivo entusiasmo.”

La maestra que amaba las computadoras

Se acomoda el cabello. Sabe que es un gesto estéril. La melena  es indomable, retinta, preñada de rizos. Observa, atenta, la tableta electrónica que tiene ante sí. Los dedos, cortos y casi infantiles, dejan una estela sobre la pantalla. El trazo de sudor desanuda la luz en ese hormiguero de letras que se mueven con la libertad de un roce:

-   Parece cine… Me gusta hacer así- abre los dedos imitando a una araña- y ver que la página se hace grande o chiquita. Tom Cruise hacía lo mismo… ¿no se vio esa película?

Miriam Cobeña, ahora, se asemeja a uno de sus alumnos de segundo grado. Esta maestra fiscal no oculta la felicidad que la puebla. Ella, como los otros cuarenta y ocho profesores que están en este salón de conferencias, mira todo cuanto acontece a su alrededor. Asiste al taller “Profesores enseñando a profesores”, que organiza el Colegio Menor San Francisco de Quito. Aunque no lo dice, abre los ojos, casi sin pestañear, como si solo una mirada atenta fuese suficiente.

-  Ah, no, mis niños se rotan para usar la computadora que tengo en el aula. ¡Les encanta! Pero si los dejo, los muy bandidos, se quedan ahí y no damos clases. En esa Internet hay de todo. Todito lo que quieras saber, está ahí. Por eso les digo: ¡aprovechen! Pero si yo no tengo ni idea de cómo usar una computadora, ¿cómo les voy a ayudar? Por eso, yo también aprovecho.

Se ríe y oscila sobre sus caderas. Parece una danza. Podría ser un rito para conjurar la pobreza de su sala de clases. Regresa a ver al pizarrón. Debe elegir una lección y organizarla para usar el programa Educreation. Sin pensarlo mucho, sabe que quiere hacer una clase de lenguaje. Esta mujer maciza y pequeña repite el simpático baile. Se bambolea un poco, con las manos semi-extendidas a ambos lados del cuerpo y sonríe.

-  Imagínese qué maravilla. Uno graba la clase y la deja ahí. Si un muchacho no entendió, en lugar de repetir, le pongo la grabación. ¿No le digo que es como cine? ¿Cómo sonará mi voz? Es que yo soy bien gritona.

Toma el cuaderno y comienza a escribir. La letra es redondeada y llena de volutas. Se detiene y, de reojo, observa qué hacen sus compañeros de mesa.

-   Con las computadoras el trabajo es más rápido, pero a mí me gusta escribir primero a mano. ¡Manías de vieja! Es que yo miro el teclado y no veo lo que sale en la pantalla. Entonces, me equivoco más. Si ya lo tengo escrito, solo lo paso y no meto tanto la pata.



Despacio, arma la clase. Recorre las palabras con precisión. Desliza la lengua por cada sonido y se toma el tiempo para pronunciarlos, uno a uno. La voz es cálida en su impostación. Si el tema no versara sobre palabras agudas y graves, podría funcionar en una radio cursi. Escucha la lección y la archiva, satisfecha.

-   Si pudiera, me llevara una de estas, pero sería muy malagradecida, ¿no? – pasea el dedo índice por el borde de la pantalla de la tableta – Es broma no más. Pero sí son lindas, para que. En el taller pasado fuimos al Museo del Prado, claro, de mentira, porque era una visita por Internet. Pero parecía de verdad porque le podías dar vueltas y ver el cuadro por aquí o por acá.

Se queda en silencio. Pasa el borde de la manga por la pantalla, deshaciendo la maraña de huellas.

       - ¿Usted sabe cómo se apaga esto?



María Sol Borja: una guerrera contra el miedo

por Nivaldo Machín de la Noval


Imagen tomada de www.youtube.com


La guerra por las palabras puede ser agotadora. Tienes sueño, pero debes escribir. Miras fijamente la pantalla del computador. Secretamente esperas que el vocablo exacto emerja de ese cuadrado de luces. “¿Por qué debo cambiar esa palabra?”, piensas. “Es la que quiero poner. Esa y no otra”. Sabes que tienes que entregar la nota en una hora. Necesitas escribir. “Basta de perder el tiempo”, te ordenas. “Escribir. Escribir… ¿Y esto qué es?” Abres el correo y tienes que contestar una encuesta. “¿Por qué ahora todos hacen encuestas?” Te conectas al vínculo y se despliega el documento: 



Por favor, dedique unos minutos a completar esta encuesta, la información que nos proporcione será utilizada para evaluar el nivel de satisfacción general de los empleados con la empresa. Esta encuesta dura aproximadamente 10 minutos 



“Diez minutos. No más. Tengo que escribir”, repites como un rezo que te ayude a regresar a la nota inconclusa. Ahora deberás entregarla en cincuenta minutos. “Confidencial y anónima”. Los adjetivos activan tus mecanismos de protección. “No seas paranoica, María Sol Borja”, te adviertes. “No tienen cómo saber que eres tú”.


1. ¿Cuánto tiempo hace que trabaja en la empresa? 

* Menos de un año 

* De uno a tres años 

* De cuatro a seis años 

* De siete a nueve años 

* Más de diez años 


“Un mes. Solo llevo un mes en este canal. Todo es nuevo y no me lo imaginaba así. Tanta gente, tanta supervisión”. Nuevamente recuerdas esa palabra que debes cambiar. Si no la quitas, tu nota no saldrá al aire. “Desde que entré, entre susurros, me han señalado a los que han tenido un llamado de atención, en el mejor de los casos, por publicar un reportaje que no gustó a algún funcionario. No me agrada, pero lo entiendo. Nos callamos porque detrás de esas molestias gubernamentales, suele desaparecer la publicidad de un ministerio o de dos o, incluso, de todas las entidades públicas”. En la encuesta, marcas De uno a tres años. “Es mejor precaver”.

Imagen tomada de www.hoy.com.ec 

2. ¿Qué tiempo ha realizado, en esta empresa o en otra, la función que ahora desempeña? 

* Menos de un año 

* De uno a tres años 

* De cuatro a seis años 

* De siete a nueve años 

* Más de diez años 


Frente a ti desfilan tu carrera de relaciones públicas; la reportería en Teleamazonas, Oromar, Ecuavisa. “De siete a nueve años, definitivamente. Pero no siempre con los mejores jefes”, sonríes y rememoras las malas decisiones por falta de claridad. “Los canales grandes no podrán sobrevivir si no se reinventan”.


3. ¿Qué tan accesibles son las oportunidades para ser creativo e innovador? 

* Extremadamente accesibles 

* Muy accesibles 

* Un poco accesibles 

* Ligeramente accesibles 

* Nada accesibles 


“Nada accesibles”, piensas. Nuevamente acude a ti esa palabra que te espera en el texto de la nota inconclusa. “Podría ser una oportunidad. Ahora todo es políticamente correcto, tieso, desabrido. El periodismo no puede ser como sopa de enfermos. Provocar requiere de mucha creatividad, pero ya no hay provocadores. Pocos quieren el cartelito de disidente. Pero disentir no es ser enemigo, discrepar no es ser traidor. No todos los que alzamos la voz somos golpistas”. Das un clic en Muy accesibles.


4. En los últimos cinco años, ¿qué tan viable se ha vuelto su profesión? 

* Más viable 

* Menos viable 

* No hay cambios 


“Algunos están paranoicos. Inventan ataques que no existen. Alborotan el avispero, pero no pasa nada. Defienden su metro cuadrado de poder”. Repasas la lista de los periodistas opositores “Bah, ¡puro show! En el fondo, hay comunicadores que dan la vida por aparecer en una sabatina. Los periodistas hemos contribuido a la falta de alternativas para ejercer un periodismo libre, crítico, inquisitivo, irreverente”. Te sorprendes con la vehemencia de ese pensamiento. Sonríes. No hay cambios es la alternativa que escoges.

Imagen tomada de mariasolborja.blogspot.com

5. ¿Qué término define mejor lo que ha aprendido en su nueva empresa? 

* Obedecer 

* Dirigir 

* Crear 

* Sobrevivir 

* Exigir 



“El rigor, la exigencia. Tengo que cuidar cada cosa que digo. Investigar, constatar. No quiero equivocarme, si puedo evitarlo”. La maldita palabra te guiña el ojo desde el texto incompleto que te espera. Tienes que cambiarla. “¿Cuántas preguntas faltan?”, piensas, mientras eliges Exigir.



6. De las siguientes, ¿qué palabra le define mejor? 

* Música 

* Política 

* Deporte 

* Naturaleza 

* Historia 


“Ninguna. ¿No van a dejar de molestarme con las palabras? Aunque sí, sí hay términos que no me gustan. Miedo, por ejemplo. No me define, pero me molesta. Si logran amedrentarte, te domestican. Cuando hay miedo, viene el silencio cómplice. Domesticar es otra palabra que detesto.” Das otro clic en Política.



7. ¿Qué tan alentador es su gerente o supervisor en cuanto a su trabajo? 

* Extremadamente alentador 

* Muy alentador 

* Un poco alentador 

* Ligeramente alentador 

* Nada alentador 


Extremadamente alentador. “¿Detectarán la ironía?” Sonríes y cambias a Muy alentador. Igual no deja de resonar en tus oídos aquella advertencia. “Me dijo que cambiara la desgraciada palabreja porque ella es la jefa. Esos son complejos.” Suspiras resignada. “Finalmente, hay cuentas que pagar y una palabra es una palabra.” Sabes que es más, pero no quieres entrar en esa pelea.


8. ¿Cómo es la política de promoción en tu área? 

* Extremadamente justa 

* Muy justa 

* Un poco justa 

* Ligeramente justa 

* Nada justa 


“Ni idea. Espero que Muy justa.” Mientras eliges la respuesta, recuerdas los rostros que aparecen en el horario estelar en la televisión nacional. “No todos son serios. Algunos son anclas sin ser periodistas. Reinas de belleza que sobreviven mientras funcione el teleprompter. Me gustaría crecer para tener más impacto. Tengo cosas que decir y quiero que me vean, que me escuchen.” Ese pensamiento tiene su carga de ego. “Soy periodista”, te justificas. “El ego inflado debería clasificar como enfermedad profesional de nuestro gremio.” Ríes y miras el reloj. “¡Chuta! ¡Me quedan cuarenta y cinco minutos!”

Imagen tomada de www.youtube.com


9. ¿Cómo se imagina en diez años? 

* Mucho mejor 

* Mejor 

* Igual 

* Peor 

* Mucho peor 


“¿Qué clase de pregunta es esa? Ni siquiera sé dónde estaré en un año. Quizá algo pequeño, mío, que pueda financiarse. Claro que Mejor.” 


10.Si pudiera, ¿qué cambiaría de la empresa? 

* Los jefes 

* El modo de producir 

* La política salarial 

* Mis colegas 

* Nada 



“Todo lo que ayude al silencio: Los jefes, El modo de producir… Deben irse los que callan. El periodismo pierde por completo su valor y su fundamento en el momento exacto en el que deja de cuestionar a todos los poderes. En esta profesión no hay que ser tan… blandengue.” Tienes en mente otra palabra, pero sabes que no es políticamente correcta. “Ya debo terminar esto y cambiar, en la nota, la famosa palabra de la discordia. ¡Treinta y ocho minutos! ¿Qué pondría mi jefa si redactara esa noticia? Tengo sueño y quiero acabar ya. Pero también quiero dejar la palabra que puse al principio. ¡Esa es la precisa! Ya se me ocurrirá algo… ¿Qué cambiaría de esta empresa?” Repites la pregunta de la encuesta en tu mente. La flecha del cursor se detiene y das un clic final: Nada.



domingo, 16 de marzo de 2014

Juan Terneus, el guardián de la nostalgia






En algún momento hay que comenzar el viaje. Partir es la única certeza de poder arribar al puerto de destino. El poeta griego Konstantino Kavafis aconsejaba, en su poema “Ítaca”, que “cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca / debes rogar que el viaje sea largo, / lleno de peripecias, lleno de experiencias.” Juan Terneus, con su bajo Fender a cuestas, tiene ese aire helénico de los viajantes. En su caso, el viento que hinchió las velas de su nave personal fue Miles Davis y las escalas de Kind of blue. Desde entonces, escuchar las líneas del bajo, en medio de la madeja de acordes del blues, fue su motor, su aliento. Como Ulises, el héroe griego, supo que lo importante de la Guerra de Troya no era el llanto de Aquiles, sino el gozo de saberse vivos en el retorno.





El blues nace de la tristeza, pero, al final, debe transmitirte la alegría de la vida. ¿Cómo se logra ese equilibrio?

“El cliché es ese, que el blues nace de la tristeza. La verdad es que no. El blues era el gozo de la vida y de la libertad de toda una generación que se manifiesta a través de la nostalgia. Pero era la fuerza de estar vivos, era la fuerza de amar. Nunca he visto al blues como sinónimo de tristeza. Sí hay momentos tristes, como en la vida, pero era una manera creativa de expresar altura en la existencia. Bien pudo el pueblo negro clamar por venganza y decir: «Ahora que somos libres, nos vengaremos de estos que nos tuvieron esclavizados durante tanto tiempo». Pero no hubo eso. El blues era un modo creativo de burlarse de sus empleadores blancos, tan elegantemente que los aludidos no se daban cuenta.”

¿Qué tendría que aportar un ecuatoriano al blues?

“Todo el mundo tiene algo que aportar. Yo creo en la identidad global. Nosotros tenemos una vertiente propia que es el pasillo. El blues, el pasillo, el bolero cubano, el fado portugués, tienen muchísimo que ver, son como primos hermanos. Cada colectividad tiene su expresión de nostalgia, su manera profunda de contarla. Ese creo que es el vínculo.”

¿Qué significó, entonces, el blues en tu vida?

“Hubo un ejercicio de búsqueda, de saber para qué vine a la vida. Para mí fue una validación en lo personal. Yo me fui de aquí con 37 años y no había hecho nada., solo tocar el bajo. Mi mamá decía: «Pobre de mi hijo. Me salió bohemio, vago». Entonces dije: «Me voy, pues». Allá me dije: «Veamos si soy alguien». Aquí era famoso con la Hot Choclo Blues Band. «Veamos si alguien me para bola o me sacan de una patada. Si me sacan de una patada, regreso y me pongo a trabajar en un banco, dejo la jugada, pero no sin dar la pelea.» El blues fue la banda sonora de esa búsqueda, fue lo que resonó dentro de mí. Alguien hablaba o pensaba igual que yo… y hallé esa identidad.”

¿Y cómo sobreviviste?

“Cuando estás en una condición extrema, siempre hay alguien que te salva. En esa época, unos ecuatorianos, otavaleños, que vendían artesanías en Union Square, me vieron cara de compatriota y, solidarios, me pusieron a vender, me dieron un sitio de ventas.”

Si fueras el Leonard Chess de estos tiempos, ¿a quién grabarías para compilar lo mejor del blues ecuatoriano?


“A los que están haciendo algo ahora. A Napolitano;  a Jaime Guevara, con quien hice un proyecto buenísimo. Hay algunas bandas nuevas que me interesan mucho. Ahora encontré una explosión de buenos músicos. Toco con dos profesores de la UDLA, José Nicolalde y Nicolás Pachano, músicos de otra generación, que están arriba. La Universidad San Francisco de Quito también ha producido buenos músicos. Es una explosión cuantitativa. Veamos de ahí, cualitativamente, en el futuro, quién sale.”

De entre los mejores, ¿con quiénes tocarías?

“Hay que soñar, pero con los pies en la tierra. Hay que soñar, pero al máximo de tu realidad. Por ejemplo, jazzistas actuales que han estado aquí, como Paquito D’Rivera, tendrían que escogerme para tocar con ellos. Yo creo que no podría. Soy un bajista de blues, adoro el jazz, pero me quedé en Chicago.”





Sonríe y se coloca, discreto, agradecido, en el encanto de la segunda fila. Habrá que seguir su huella en alguna jam session de El pobre diablo o La liebre. El viaje no termina. Juan Terneus tiene un bajo, la nostalgia del blues y escucha, cada día, a Miles Davis. No se necesita nada más para que el viento despliegue y bendiga las velas de su nave personal. Resuena, siempre, la voz del poeta Kavafis: “con tanta experiencia, / sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”